Page 111 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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—En absoluto. Estoy de acuerdo con que los enamorados se llamen de manera

               cariñosa, pero esos apodos me parecen un exceso. Son muy cursis.

               —Bueno, ¿entonces cómo quieres que Grete te llame cuando sean novios? —
               preguntó Daniel algo irritado.


               —Pastelito.


               —…


               —Yo siempre he soñado con que mi novia me llame Pastelito, se me hace algo
               serio, cariñoso, sí, pero sin llegar a los extremos. Muy digno: “Pastelito, ven para
               acá”; “Pastelito, dame un beso”; “Estoy perdidamente enamorada de ti,
               Pastelito”.


               Daniel no dijo nada, se limitó a hacer estallar otra bomba de tutifruti, seguro en
               homenaje a mi hermoso futuro apodo.


               —Muy bien, Pastelito…


               —Tú no me puedes llamar Pastelito, únicamente Grete.


               —Muy bien, Chong Lee, nos estamos desviando del tema, necesitamos
               encontrar una pareja para robarle sus estrategias. Como no quieres a mis papás,
               entonces propón algo. —¡¡¡Recontrapum!!!


               —No sé… —dije apesadumbrado, y entonces miré hacia el cielo buscando
               inspiración. Pero en lugar del brillo de las estrellas, mi mirada encontró el
               amarillento resplandor de un triste foco de cuarenta watts que alumbraba el
               cuarto de servicio de la casa, y entonces supe que había encontrado la respuesta
               —: ¡Florencia y Juanita, ellas saben mucho del amor!


               —¡De veras! —afirmó Daniel—, Juanita lleva años convenciendo a Fermín para
               que se hagan novios.


               —Así es, por eso pensé en ellas. Yo oí que platicaban sobre ese tema cuando
               estaba en la palangana. Además hablaban de un libro con un título larguísimo.


               —La flecha certera de Cupido o cómo conseguir pareja en treinta días —
               contestó Daniel sin dudar—. ¿Cómo no se me había ocurrido empezar por allí?
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