Page 108 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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quieren lograr con los remedos: me sacó por completo de mis casillas.
—¡Ya está bien! ¡Ya está bien! —exploté ante sus silenciosas pero efectivas
palabras y empecé a enumerar con un torbellino de frases todas las
impertinencias que cometí durante mi estancia en Un dragón morado y otros
contratiempos—. Me corrieron de ese tonto libro porque provoqué una guerra
entre piratas con barbas de colores; después, no conforme con el hundimiento de
un par de buques, convencí a un dragón de la Segunda División del Dragonismo
Universal de asolar una miserable villa inglesa (o escocesa, ya no me acuerdo
bien); más tarde desvié un pénalti que le hubiera dado el campeonato del mundo
a México; sin el menor remordimiento de conciencia eché a perder una pintura
de Joan Miró; tuve que ver, de manera indirecta, pero tuve que ver en el
lamentable accidente que le costó la vida a don Pierre Curie; organicé una
academia para loros léperos en la que se enseñaba el repertorio íntegro de la
grosería; encerré para siempre a un par de niños en una cárcel eterna; me dio
tiempo también de insultar al autor del libro, de causar una errata en la página 95
(debía decir Ajax y dice Ajas), y no contento con tanto desbarajuste escribí una
crítica incendiaria de tan funesta obra en Letras Libres. Por eso me corrieron de
Un dragón morado y otros contratiempos. Nada más por eso. ¿Ya estás contento?
—Sin contar que se me hace que le caíste supergordo a Grete —puntualizó
Daniel sin inmutarse por lo explosivo de mis palabras—. ¡Conquistar el amor de
esa mujer va a estar muy pero muy difícil!
—Para los fantasmas no existen imposibles —dije haciéndome el interesante.
Pero justamente en ese momento Daniel dejó de ocuparse de mí. Se recostó
sobre la hierba del jardín y su vista se perdió entre las pocas estrellas que se
habían asomado. Parecía buscar en el fondo de aquella inmensidad la llave que
abriera el misterio del amor.
De vez en cuando Daniel hacía explotar sus bombas de tutifruti, pero aquellos
¡pum!, los ¡recontrapum! e incluso uno que otro ¡recontrarrecontrapum! no
sonaban tan chocantes, parecían el ritmo de un misterioso corazón universal. Un
corazón gigantesco en el que latía al unísono todo el cariño de las criaturas
habidas y por haber: fantasmas, Florencias, Juanitas, Guernicas, Mirrifláis,
Gretes, tontos Antonios y hasta los delfines voladores.
Me sentí tranquilo. Miraba a Daniel recosta do sobre el césped e imaginaba que