Page 81 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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Por un momento cruzó por mi cabeza la idea de soltarle un sopapo a ese señor

               que se estaba burlando de mí por partida doble, pero pudo más la prudencia y
               continué con mis pesquisas:

               —Pero conocerá usted a Geraldo. Es parte importante de este libro.


               —No, señor, no aparece ningún Geraldo en Un dragón morado y otros
               contratiempos. Es más, en este libro no aparece ningún fantasma. Perdóneme,
               pero a decir verdad no me explico lo que está usted haciendo entre estas páginas.


               —Entonces devuélvame mis veinte rupias —exigí molesto.


               —No le podemos devolver nada, así que mejor disfrute el final de la función —
               dicho esto, el maestro de ceremonias se perdió en dirección a los camerinos.


               Pensé abandonar la horrible carpa, pero como soy muy tacaño preferí aprovechar
               hasta el último centavo y regresé a mi butaca para continuar presenciando el gris
               espectáculo.


               Franz lanzaba un cuchillo que debía clavarse a dos centímetros de la frente de su
               sobrina cuando mi vida dio un giro. En una milésima de segundo, la peor
               función de circo que yo hubiera visto se transformó en una fiesta, en una gloria,
               en el mejor momento de toda mi existencia: pude contemplar por vez primera los
               hermosos ojos de Grete, ojos verdes que miraban hacia arriba, hacia ese cuchillo
               que había pasado tan cerca. Era una mirada en la que estaban mezclados el

               miedo y la esperanza, la tranquilidad de que todo habría de salir bien y el recelo
               de quedar con la cara cruzada por una cicatriz, o incluso el temor de morir
               atravesada por el filo de un cuchillo mal lanzado por un descuido del tío Franz.


               Yo seguía pensando en todo esto, aunque la mirada de Grete ya no apuntaba
               hacia arriba, sino al escaso público que la despedía con gritos y aplausos. Ella
               correspondía moviendo su mano en señal de adiós y mis corazones latían de
               amor con un ¡pum!, ¡pum!, ¡pum! que no he vuelto a sentir jamás.


               Me olvidé de Geraldo, y supe que de entonces en adelante no descansaría hasta
               conquistar el amor de la bella Grete Nikolaievna.


               Salí de la carpa con la esperanza de encontrarme con Grete, y me dirigí hacia el
               lugar en donde se encontraban los carromatos de los artistas. Rondando por allí
               pude ver a muchos de los que participaron en la función. Incluso, recargados en
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