Page 103 - Llaves a otros mundos
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Ana se congeló. En ese momento podía correr con su padre, abrazarlo y decirle
cuánto lo extrañaba. Y sí, recordó en un destello de su memoria que su mamá le
había dicho al abuelo que ese domingo irían por el resto de sus cosas.
—Acompáñame —le pidió a Brenda.
—Aaaaay, ¿ahorita? —se quejó Brenda, pero Ana no tardó en convencerla.
Salió de su casa corriendo. El sol le pesaba en la espalda y en los pies, pero no le
dio importancia y pronto llegó a casa de Brenda. Ella le abrió aún con cara de
dormida pero ya lista para irse.
Ana la abrazó por un largo rato.
—Ay, amiga, ya dijimos que nos vamos a seguir viendo.
Ana recordó esa conversación, seguramente de un día antes. Pero ella la
abrazaba fuerte de todas maneras. Todo a su alrededor se caía. Sus papás estaban
rompiendo lo que había sido su vida durante once años. Él estaba perdido y
ausente, y ella se la pasaba gritando. A Ana no le gustaban su nueva casa ni su
nueva ciudad, y no le interesaba nada en la escuela. Además, había muchos
mundos por conectar.
Tenía que conservar las certezas, los faros en medio de la tormenta: sus abuelos,
llenos de cariño, y Brenda. No sabía qué haría sin Brenda. Por eso la abrazaba.
—Ya, ya —dijo su amiga—, estás toda sudada, guácala.
Ana la soltó y se sonrieron. Caminaron juntas hacia su casa, como hacía apenas
algunas semanas. Brenda le platicó de nuevo todos los chismes de su escuela y le
mencionó lo que se había dicho de su repentina partida.
—Todos comentaron que era normal. Muchos tienen papás divorciados. Ahora
resulta que lo raro es seguir casados.
Ana rio con el comentario de su amiga, pero en el fondo se reconfortó un poco y,
por primera vez en varios días, se sintió normal.
Llegaron a su vieja casa. Había un camión estacionado a la entrada y la puerta
estaba abierta. Ana sintió una conmoción cuando vio sus antiguas paredes