Page 104 - Llaves a otros mundos
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vacías, cuando oyó los ecos de sus pisadas huecas y el aire silbando a través de
las ventanas sin cortinas. En un banco pequeño, Ana y Brenda vieron a Rosa
Elvira sentada, con una caja en el regazo, llorando callada.
Ana se acercó instintivamente a ella, para abrazarla y consolarla. Pero su madre
se dio cuenta y se levantó de un salto, secó sus lágrimas y siguió metiendo cosas
y cosas en cajas y cajas.
En medio de la sala, Ana se sintió sola. «¿Por qué no me dejas acompañarte?
¿Por qué no quieres hablar conmigo?», le reclamó en la mente a su mamá. Las
rodillas le temblaron y reunió mucha fuerza para desatar el nudo que se le
formaba en la garganta. Brenda la abrazó. Y la vida de Ana terminó de
acomodarse en el fondo de un camión de mudanza.
—Ya está listo todo —dijo su mamá, como si hubiera cocinado unos huevos
rancheros. ¿Vas con tus abuelos o con Brenda?
—Voy a ver a mi papá —le contestó, retándola.
—Como quieras —su cara se tensó.
—Seguramente está en la farmacia —le dijo Ana a Brenda, y caminaron hacia
allá.
Durante el camino no platicaron. Ana tenía mucho ruido en la cabeza, Brenda
seguía amodorrada y el sol hacía su parte. Doblaron en una esquina y llegaron a
la farmacia. Detrás de la barra, con bata blanca y gafete, estaba su papá.
—¡Ana, Brenda! —saludó. Su sonrisa era contagiosa a pesar de verse desaliñado
y con la barba crecida. Se salió de la barra y abrazó a su hija.
—¿Cómo estás? En tus correos no dices mucho. Te extraño, hija.
Ana recordó unas líneas en su ventana de correo electrónico. No habían
platicado mucho, solo sobre la escuela y las cosas que había dejado ella en la
vieja casa.
—Vamos a la casa, platicamos bien y pedimos unas pizzas.
La idea no sonaba mal pero Ana no quería volver a ese lugar vacío de cosas y