Page 106 - Llaves a otros mundos
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Había abierto la puerta de su nuevo departamento. Lo recorrió completo y

               comprobó que no había nadie. En la cocina, una cacerola estaba en la estufa. No
               había nada en ella, pero la llama estaba encendida, como si su mamá hubiera
               puesto a hervir agua y esta se hubiera evaporado. Ana apagó la hornilla.


               No sabía si quedarse a descansar o salir un rato para pasear y sentirse una niña
               normal otra vez. Optó por lo segundo. Fue a su cuarto a dejar sus cosas. Cuando
               se asomó por la ventana, reconoció la pista de atletismo pero por primera vez la
               vio vacía, sin ningún anciano trotando en sus carriles. Después vio a lo lejos su
               querido volcán. O más bien su contorno, porque había una espesa bruma en el
               cielo de toda la ciudad.


               Dejó sus cosas, bajó y salió del edificio. Afuera no había nadie. Siguió
               caminando. Afuera de la unidad habitacional, la calle estaba desierta. Pudo
               haberle parecido normal, pero lo extraño era que había varios automóviles
               chocados unos con otros, y todos seguían con los motores encendidos. Buscó a
               los conductores pero no aparecía ninguno.


               Todo estaba en silencio. No cantaba ningún pájaro, no volaba ni un mosquito.
               Las ramas de los árboles estaban secas y no se movían porque no soplaba nada
               de viento. Ana solo escuchaba el sonido hueco de sus pasos y el ronroneo
               ahogado de los coches chocados.


               Y de repente todo calló. Ana alentó el paso antes de doblar la esquina. No quería
               asomarse pero sentía la urgente necesidad de saber qué estaba ocurriendo. Con
               cuidado se asomó por la esquina.


               Una nube roja, densa, poderosa y serpentina, tenía a un pobre hombre en su
               espiral, asfixiándose y con la mirada perdida.


               Ana no pudo contener una expresión de miedo. Con eso bastó para que la nube
               súbitamente la volteara a ver con sus ojos invisibles. «¡Corre!», se ordenó Ana.
               Con todas sus fuerzas en las piernas, salió a toda prisa lejos de ahí.


               Detrás de ella podía escuchar un sssssssssss, como de serpiente, pero también de
               llovizna, que se acercaba cada vez más.


               «Las cosas», pensó. «Dejé las cosas en mi cuarto». Sintió una salpicadura en la
               espalda. No quiso comprobarlo, pero estaba segura de que era esa lluvia roja.
               Como pudo, aceleró el paso. Aún estaba lejos de su unidad habitacional y oía ya
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