Page 105 - Llaves a otros mundos
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lleno de recuerdos. Además, en el fondo esperaba un guiño, una complicidad con
aquellos otros mundos que su papá, en forma de rana, le había dicho que
conocía.
—No, gracias. Pasé a saludar, nada más.
Mario Alberto vio las ojeras de su hija.
—Ana, ¿estás bien?
«No, no estoy bien», pensó. ¡Quería decirle tantas cosas! Simplemente se
encogió de hombros. Era de lo más fácil hacer lo mismo que mamá: no hablar
las cosas, que el silencio se comiera las dudas.
Solo que con su papá no funcionó. Las dudas no se fueron, llegaron más.
—¿Qué te dijo tu mamá? —preguntó, suspicaz.
Ana se sorprendió con la pregunta.
—Te puso contra mí, ¿verdad?
Ana no lo podía creer.
—Pa, si me puso contra ti, ¿por qué vine a verte?
—No sé… a espiarme, quizás. Ella es capaz de cualquier cosa. No le creas. Aquí
yo no soy el malo, hija. Además…
No pudo terminar porque Ana salió corriendo de la farmacia. No soportó estar en
medio. Corrió por la ciudad, sin destino aparente.
El calor y el domingo vaciaban las calles, pero ella seguía corriendo. No quería
llegar a ninguna parte, solo quería un sitio donde no se sintiera culpable, un lugar
seguro.
Fue a casa de sus abuelos. Aún no habían llegado. Subió a la habitación donde
había dormido, comprobó que tenía sus cosas y bajó. Algo le molestó en un
bolsillo del pantalón. Era Trece.
Sin dudarlo la tomó y la usó en la puerta principal.