Page 107 - Llaves a otros mundos
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muy cerca a la nube. «¡Pero tengo a Trece en mi pantalón!»


               Un rayo iluminó toda la calle. Ana sintió un golpe de calor junto a ella y vio que
               la casa por la que pasaba se había achicharrado. «No voy a alcanzar a llegar. No
               puedo dejar mi mochila aquí.»


               Tres automóviles volaron por los cielos y cayeron a varios kilómetros de
               distancia con su respectiva explosión. Ana estaba cansada y no podía aguantar
               ese paso. Metió la mano en el bolsillo, y aunque había en él dos llaves, reconoció

               la suya fácilmente y la sacó. «Una puerta, un hoyo, algo», buscó Ana por toda la
               calle. A diez metros vio una coladera. «Suficiente», pensó.

               El rayo iba directo hacia ella, pero Ana se había tirado al suelo e insertado a

               Trece en un orificio de la coladera. El rayo partió en dos un enorme edificio.

               Ana apareció en un bosque lleno de árboles delgados pero altos y frondosos. El
               aire fresco se colaba entre sus troncos y el cielo tenía un azul intenso. Como

               estaba en los mundos nuevamente, preguntó por la persona en quien más
               confiaba de ese lado.

               —¿Rocco?


               Como respuesta, escuchó un aleteo.


               —¡Ahí está! —escuchó Ana, y vio a un perico volar muy lejos, que después se
               esfumó. Caminó rumbo adonde lo había visto, pero sintió una fuerte vibración en
               el suelo.


               —¿Ahora qué, un temblor? —dijo.


               Pero no era un temblor. Eran miles y miles de seres caminando, rodeándola por
               todos los flancos. Se sintió un poco asustada y tomó a Trece para tener lista una
               retirada.


               Cuando se acercó un enorme grupo de seres, Ana perdió el miedo. Conocía a
               casi todos. Eran los habitantes de los diferentes mundos que había visitado. Los
               pájaros chismosos, los robots de Burbuplús, las plantas que en vez de frutas
               daban maletas, hasta los ositos de peluche. Encabezaba el grupo el anciano
               amigo de Ana. Tenía en la cara una hermosa sonrisa.
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