Page 73 - Llaves a otros mundos
P. 73

puedo hacer para ayudarte.


               Mario Alberto dio otro suspiro y le contestó:


               —En esta misma sala lo vi la primera vez antes que nacieras. Tu madre tenía
               razón. Si lo hubiera dejado todo por la paz, nada de esto habría pasado… El caso
               es que el desagüe me trajo hasta acá. Bruno Rufián me desencantó, me sentó en
               esta silla y me inmovilizó. Bebió una taza de té y se fue. Dejó a sus guardianes a
               cargo. Vienen cada dos horas, según he calculado, así que aún tenemos tiempo.


               Ana no se inquietó por la palabra «guardianes». Ya había visto seres de todo tipo
               y tamaño como para asustarse con cosas así.


               —Desde que Bruno me trajo he intentado cualquier cosa para liberarme, o
               incluso para no volverme loco. Mira, me he inventado un juego. Agarro un
               pedacito de hilo… —comenzó a mordisquear y jalar un hilo de su bata—, lo
               hago folita con bi boca… y escupo —y escupió con muchísima fuerza la bola de

               hilo y baba, que atravesó la habitación y se perdió entre las cortinas de
               terciopelo.

               Ana se desconcertó. Por lo visto, los intentos de su padre por no enloquecer no

               estaban teniendo mucho éxito.

               —Bueno —continuó él—, yo tampoco sé qué puedas hacer para ayudarme.
               Quizás con darte una paseada por la casa para ver si hay una varita mágica o

               unos polvos… o de plano un desarmador estaría bien. Pero ten cuidado.

               —Está bien —contestó Ana, y dejó la mochila junto a su papá. Avanzó con

               cuidado por toda la sala y atravesó un pasillo pequeño, donde solo se veía el
               papel tapiz rayado, mejor conservado en algunos lugares, como si por mucho
               tiempo hubiera habido cuadros colgados en esas paredes. Después se topó con
               tres posibilidades. La puerta principal a su izquierda, un pasillo más largo a la
               derecha, y enfrente unas escaleras sin barandal que se perdían en la oscuridad de
               la planta alta.


               Primero optó por la puerta. Era grande, de madera gruesa y mohosa. Incluso
               parecía que le estaban saliendo raíces en la parte de abajo. Ana le buscó un
               picaporte pero no tenía ninguno. La jaló, la empujó y le dio golpes, pero apenas
               logró sacarle un ruido seco. Le vino a la mente la idea de usar a Trece, pero la
               descartó casi de inmediato, pues tal vez no podría regresar con su papá. Entre el
   68   69   70   71   72   73   74   75   76   77   78