Page 72 - Llaves a otros mundos
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—HOLA, Ana —habló de nuevo su papá.
No lo había visto antes por lo oscuro de la habitación; no parecía estar en las
mejores condiciones. Le había crecido la barba, lo que casi nunca pasaba pues
siempre se rasuraba «para causar la mejor impresión en la farmacia». Vestía
solamente ropa interior, pantuflas y una bata de baño visiblemente sucia; incluso
tenía los hombros descosidos. Lo que más llamaba la atención de Ana es que
estuviera sentado muy derechito en uno de los sillones, casi inmóvil. Muy
cambiado desde su última aparición en forma de rana.
—¡Qué bueno que llegaste por tu cuenta! Pensé que tu mamá te había
convencido.
Ana no quiso pensar en cómo había llegado ahí ni por qué ya era un humano de
nuevo. Simplemente hizo lo que había querido desde que su mamá y ella
llegaron al nuevo departamento: lo abrazó.
Olía mal pero a ella no le importó, era mayor su cariño. Nunca había estado tan
lejos de casa. Y aunque estuviera abrazando tan fuertemente a su padre, con
ansias profundas de regresar a su mundo, en el fondo sabía que le faltaba mucho
camino por recorrer. Y que inevitablemente, lo recorrería sola. Quizás por eso se
le salió una lágrima, o también porque él no le respondió el abrazo.
—¿Por qué no me abrazas? —le preguntó Ana.
Él la miró con ojos tristes, como pidiéndole ayuda. Ana quiso levantarle un
brazo, pero parecía pegado al sillón. Intentó con el otro brazo, con las piernas,
pero no podía moverlos ni un centímetro. Cuando se le agotaron las fuerzas, le
preguntó a su papá:
—¿Qué pasa?
Él suspiró profundamente y le dijo:
—Estoy arrestado. O secuestrado o lo que sea que me hayan hecho.
—¿Quién? ¿Bruno Rufián? —preguntó Ana—. Ya sé lo que trama: quiere
dominar todos los mundos y sé lo que hizo con ustedes. Ahora solo dime qué