Page 75 - Llaves a otros mundos
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—No, he estado usando esta —contestó Ana, y sacó a Trece.


               —¿Pe-pero de dónde sacaste esa joya? —dijo su padre, maravillado. Empezaba
               a agitarse de nuevo pero con la mirada de Ana bastó para que se calmara.


               —Me la dio Rocco, el cerrajero.


               —Así que ya conociste al viejo maestro —le dijo su padre—. Qué bueno.
               Entraste a estos mundos por el camino fácil. Tu madre y yo tomamos el difícil, y
               míranos. Supongo que él te enseñó a usar el mapa cuando te dio la llave. Me
               parece muy bien, Ana. Si tienes fuerza y valor suficiente, podrías ayudar, no solo
               a mí, sino a todos los mundos. ¡Qué afortunada!


               Ana no supo qué contestar. ¿De veras era afortunada? Ella no lo sentía así. Sí,
               había conocido mundos entretenidos, bonitos, pero el viaje hasta ese momento le
               había provocado muchos sobresaltos.


               —¿Cuántos mundos has visitado antes de llegar aquí?


               —No sé, no he llevado la cuenta.


               —Quiere decir que van muchos. Mira, Bruno es un ser muy escurridizo. Tienes
               que concentrarte lo más posible para encontrarlo.


               Comenzaron a sonar ruidos desde la planta alta. Ruidos metálicos, huecos. Padre
               e hija guardaron silencio para oír mejor.


               —Ana… no me has dicho qué encontraste allá arriba… —sonaba asustado. Ella
               le contestó:


               —Nada. Todo estaba pegado al piso o a la pared. Lo único que estaba suelto eran
               unos ganchos, pero no se dejaban agarrar.


               —¡Ganchos! —exclamó él—. Esos no son ganchos, ¡son los guardias! —y
               comenzó a retorcerse en su silla-prisión. Ana hizo un último esfuerzo por ayudar
               a su papá a zafarse del sillón, pero fue inútil. Se quedó frente a él, sin saber qué
               hacer con el cuerpo tenso, oyendo los ruidos sordos de los ganchos, que se
               blandían como espadas hacia donde estaban ellos.


               —Ana, ponme atención —dijo él a toda prisa—. Hay algo que no sabes.
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