Page 80 - Llaves a otros mundos
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Trece… mucho, mucho, mucho… —y se quedó dormido.
—¿Rocco? ¡Rocco!
—¿Eh? Ah, sí. Eso… es lo que me pasa… No te preocupes, Ana… sigue
buscando al brujo… ya casi lo encuentras…
—Es que sobre eso te quería hablar. ¿Conoces a mi papá? ¡Rocco!
El anciano se había quedado dormido otra vez. Ana lo tomó de los hombros y lo
sacudió.
—Perdón, perdón —dijo él, limpiándose discretamente un hilito de baba—. No,
no conozco a tu papá… pero seguramente él ha oído hablar de mí… soy un
poquitín famoso, ¿sabes? —y sonrió ligeramente—. A veces, cuando visito un
lugar que no está bajo el dominio del brujo, me da por ser algo… indiscreto.
Esa confesión ayudó a Rocco a reponerse un poco del estado somnoliento en el
que se hallaba. Se acomodó en su mecedora y le sonrió a Ana, todavía con cierto
esfuerzo.
—Fuera de eso, ¿cómo te ha ido? Cuéntame.
Ana agradeció la mejoría. Se sentía cada vez más impaciente, no solo con
Rocco, sino con todos los mundos.
—Antes que empieces a contarme —le comentó Rocco, adivinando en parte ese
pensamiento—, quisiera tomar algo, tú sabes, para ponerte toda la atención.
—Está bien —contestó Ana.
—¿Conoces el antídoto perfecto contra el cansancio y la modorra propia de
nosotros los viejitos?
—Eh… no.
—Bueno, pues hoy aprenderás una lección más… Cuando te sientas así como
me ves ahora, lo que te recomiendo tomar es… un atole de guayaba —y en el
acto apareció entre ellos una taza de peltre llena del brebaje humeante que había
convocado Rocco. Este lo bebió con dos ruidosos sorbos.