Page 69 - Llaves a otros mundos
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cargó.
—Mami —le dijo un muñequito unicornio.
—Mami —un perrito chihuahueño de peluche.
—Mami —un gorilita.
De repente la cubrió todo tipo de fauna de peluche, cada muñeco más tierno y
terso que el anterior.
Ana estaba desesperándose. ¿Cuánto tiempo iba a seguir así? No se imaginaba
pasar toda su vida entre mundos, por divertidos que fueran. Lo único que podía
interesarle en ese momento era cumplir su importante misión. Se sacudió todos
los peluches de encima, buscó una puerta, y antes de meter la llave en ella pensó:
«Necesito concentrarme. Repite, Ana: debo encontrar al brujo, debo encontrar al
brujo».
Con esa frase repetida una y otra vez, Ana cruzó la puerta.
Entró en la sala de una mansión. Tenía techos altos y paredes cubiertas de tapiz
con rayas blancas y moradas. Los muebles se veían antiguos pero bien
conservados. Ana caminó lentamente por la alfombra pesada y se acercó a uno
de los ventanales, cubierto con gruesas cortinas de terciopelo. Quería asomarse,
ver dónde estaba la casa, si era de día o de noche, si había más casas como
aquella. Pero por más que luchaba con la cortina de terciopelo, no pudo llegar
nunca al vidrio de la ventana. De pronto se vio envuelta en un mar de terciopelo.
Jalaba tela, sacudía los brazos, daba una que otra patada, pero no consiguió más
que volver a la sala.
De pronto se oyó una voz. Aunque le resultó familiar, le hizo pegar un salto. Del
otro lado de la sala, sentado en un sillón individual, con forma humana y no
anfibia, Ana vio a su padre.