Page 86 - Llaves a otros mundos
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—Ayúdanos —dijo una voz, y un bulto se dejó caer sobre Ana. Ella quiso gritar,

               pero le tapó la boca una mano sucia y delgada.

               —Ayúdanos, ayúdanos —solo eso decían las voces, mientras Ana sentía cómo le
               desgarraban la ropa. Como pudo, se soltó de la mano y dijo:


               —Sí, les ayudo, ¡pero suéltenme!


               Poco a poco las manos fueron alejándose de Ana. Ella se levantó y muerta de
               miedo preguntó:


               —¿Cómo les ayudo?


               —A salir —dijeron todos, y sus manos señalaron a una puerta de barrotes—. El
               brujo nos tiene prisioneros.


               —Está bien —les dijo Ana. Se le ocurrió un plan.


               —Voy a ayudarlos. Voy a sacar esta… esta llave y…


               Pero cuando la sacó, los ojos de los prisioneros, antes igual de oscuros que la
               habitación, se llenaron de un fulgor rojo y todos se abalanzaron hacia ella. Ana
               quiso correr pero una mano le agarró el tobillo. Se arrastró lo más que pudo y su
               mano quedó a unos cuantos centímetros de la puerta de barrotes. Se sujetó de
               uno de ellos, porque los prisioneros la jalaban con extraordinaria fuerza.


               —¡Ay! —gritó ella.


               Sacudió la pierna pero no se liberó. La jalaron una vez más y en ese jaloneo la
               levantaron a la altura del cerrojo. Ella no lo pensó. Las uñas de los prisioneros le
               provocaron una herida dolorosa en la pierna. Metió a Trece en el cerrojo, la
               jalaron hasta que ella solo se sostuvo de Trece, giró…


               Y despertó. Su cabello estaba despeinado y su respiración, agitada. Se palpó la
               cabeza, los hombros, el resto del cuerpo. No estaba herida. Nerviosa, miró
               alrededor: estaba acostada. La cubrían sus sábanas, tendidas en su cama, en
               medio de su habitación, frente a su ventana con vista a su volcán camaleón, y
               con su madre tocando insistentemente a su puerta.


               —¡Ana! Hija, ¿estás bien? —oyó del otro lado.
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