Page 91 - Llaves a otros mundos
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ERA como ir por un tobogán apretado. Ana sintió que bajaba y después subía.
               Por la corriente de agua que la rodeaba, no podía ver ni respirar. «En poco
               tiempo comenzaré a ahogarme», pensó preocupada. Pero la corriente se hizo

               menos intensa y el tobogán más ancho, hasta que Ana se sintió como en el fondo
               de una alberca. Con sus últimas fuerzas nadó hacia arriba.

               El corazón le latía con furia y sentía un profundo vacío en el pecho.


               Siguió subiendo, brazada a brazada. Se sentía mareada, a punto de desvanecerse.
               Siguió subiendo.


               Y cuando el agua estaba a punto de inundar sus pulmones…


               Respiró.


               Había salido a un lago de aguas muy oscuras. Lo vio de reojo, pues estaba muy
               ocupada jalando todo el aire que necesitaban sus pulmones. Cuando se recuperó,
               miró a su alrededor. El lago era de color casi negro, pero debido a la arena y al
               cielo oscuros, no al agua, que era transparente. Por lo visto no estaba en un
               desagüe.


               Muy lejos se veía una orilla con dos o tres arbustos. Ana nadó hacia ella. A los
               pocos metros sintió que estaba muy cerca del suelo y pudo caminar el resto del
               tramo. Hacía frío.


               Ya en la pequeña playa, se sentó y revisó la mochila. Las semillas estaban a
               salvo, y la computadora, seca. Trece había estado todo el tiempo en su mano
               derecha, como un sexto dedo. Al parecer Rocco tenía razón y la llave poco a
               poco se había hecho parte de ella misma.


               Muy en el fondo, Ana sentía cierta decepción. Los pocos minutos de normalidad
               que había vivido en su casa le habían dado la idea de que todo su viaje había
               sido un sueño. Pero ahora estaba segura de que no. Además, si le hubieran dado
               a escoger, habría optado por despertar en su verdadera casa, donde había vivido

               toda su vida, cerca de sus abuelos y de Brenda.

               Regresó de sus pensamientos cuando estornudó y sintió el frío calando su cuerpo
               empa- pado. Decidió apurarse. Solo sería cuestión de ver en qué mundo se
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