Page 93 - Llaves a otros mundos
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Y de un ojo de perilla salió una lágrima negra, aceitosa. Ana se sintió

               conmovida.

               —De nada. Ten.


               Y le dio la arena. El robot la vio y dijo:


               —Ma-te-rial i-nú-til-no-po-de-mos-re-ci-bir-lo.


               —Pero ¿por qué? —preguntó Ana, un poco molesta—. Dijiste que les gustaba la
               tierra.


               —Ne-ga-ti-vo. Nos-a-li-men-ta-mos-ú-ni-ca-y-exclu-si-va-men-te-de-mu-gre-y-
               es-te ma-te-rial-al-tera-nues-tros-cir-cui-tos.


               —Bueno, me lo llevo entonces —comprendió. Estaba a punto de irse cuando
               recordó…


               —Oye, pero si te traigo mugre-mugre, ¿sí me la aceptas?


               —A-fir-ma-ti-vo —dijo el robot, y estaba por abrir su pecho para enseñarle su
               propia mugre en forma de batería, pero Ana lo detuvo:

               —¡No tardo!


               Y con Trece apareció en Múgrix, un mundo en el que solo había mugre y que
               Ana había visitado velozmente en uno de tantos viajes. Había columnas de humo

               pestilente y las bolas de mugre formaban montañas de más de dos metros. Ana
               escogió la menos apestosa y húmeda, tomó un pedazo y regresó a Burbuplús.

               Dejó abierta a propósito la puerta por la que ella había atravesado.


               —Mira —le enseñó al robot, cuyos ojos de perilla giraron estrepitosamente—. Y
               hay todo un mundo de mugre por allá.


               El robot se acercó a ver a Múgrix más de cerca, y con lágrimas aceitosas en toda
               la cara de lavadora le comentó con la voz temblorosa:


               —Se-ño-ri-ta-A-na-es-us-ted-nues-tra sal-va-do-ra.


               Inmediatamente después volvió a sonar la lata dentro de él, y tuvo una respuesta
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