Page 54 - El valle de los Cocuyos
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—Pero son veloces, muchacho —replicó Halcón Peregrino.
Jerónimo se acordó de todas las veces que había observado a los colibríes del
valle esperando verlos en reposo; algo imposible.
Silbo Brumoso entonó otro canto dirigido esta vez a la parte baja de las
montañas Azules y, poco después, cientos de colibríes subieron formando una
ola verde de destellos.
“Si Anastasia pudiera verlos..., pensó Jerónimo. Son como rizos de esmeralda.
Nunca vi tantos juntos”.
Los colibríes formaron una nube alrededor de ellos, una nube rutilante que no
cesaba de moverse.
Silbo Brumoso emitió un silbo dulce, muy dulce. Entonces las aves se calmaron
y se posaron en las ramas de los arbustos cercanos.
Por fin Jerónimo pudo verlos en completa quietud.
En pocas palabras Halcón Peregrino dijo a los colibríes por qué los habían
llamado, y estos aprobaron con un aleteo la proposición del halcón.
Jerónimo se preguntaba por qué eran tan importantes los alcaravanes del
Pajarero Perdido; por qué todas las aves conocían su existencia; por qué todo el