Page 84 - El valle de los Cocuyos
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Súbitamente, un grito le hizo recobrar un poco de fuerza, un grito de Mariana:






               —¡Sueña y recuerda, Jerónimo!






               Entonces el niño, sin dejar de atacar, empezó a gritar:






               —¡Anastasia! Vamos al río de las Tortugas. Te descifraré una historia, como
               aquella de los pájaros rojos que llegaron del sol, o como aquella de la lagartija de
               todos los verdes.





               Con una febrilidad rayana en la desesperación, Jerónimo hablaba y hablaba de su
               valle, de Anastasia, de sus aventuras con el Pajarero, y así, sin ser tocados por

               las piedras, los pájaros del Olvido comenzaron a caer, muertos por las imágenes
               y los sueños que Jerónimo les gritaba. No quedó ni una sola ave, solo charcos de
               agua aquí y allá.





               El Pajarero, que empezaba a respirar aliviado al ver al niño a salvo de las aves,

               vio con horror cómo Jerónimo se introducía en la cueva.





               El niño quiso retroceder cuando se encontraba a unos pasos de la Sombra que,
               aunque encogida y debilitada, le producía un inmenso terror. Jerónimo vio que
               también ella tenía los ojos blancos como los pájaros del Olvido. A sus pies, los
               alcaravanes, ya casi sin brillo, temblaban. El niño recobró su aplomo y comenzó

               de nuevo a gritar sus recuerdos y sus sueños. Minutos después, el Pajarero,
               Halcón Peregrino y Mariana irrumpieron en la cueva gritando también sus
               recuerdos y sus sueños. Todo se mezclaba: los gritos, las imágenes y las
               emociones que salían de sus corazones desesperados.
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