Page 80 - El valle de los Cocuyos
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El Pajarero, decidido a perseguir a la Sombra y salvar a los alcaravanes, quiso
que Jerónimo regresara al lado del cafeto. Pero el niño se negó rotundamente. La
mujer tampoco quiso abandonarlos.
Viendo la resolución en la cara de ambos, el viejo se dio por vencido y decidió
que emprendieran la marcha al centro del volcán. El halcón, posado en el
hombro invisible del Pajarero, guiaba a la mujer y al niño. Este había tomado la
mano de ella y caminaba a su lado, preguntándose en silencio dónde había visto
antes ese rostro.
La mujer dijo que la Sombra debía de estar en la cueva del centro, pues era allí
donde se refugiaba cuando la neblina se despejaba. En efecto, la espesa niebla se
había disipado casi por completo. Halcón Peregrino miró con nostalgia el cielo
azul.
El volcán volvió a rugir y las piedras gigantescas que cubrían su boca temblaron
un instante.
—¡Hay un brillo rojo allá, a la derecha! —gritó Jerónimo.
El grupo se detuvo, Halcón Peregrino susurró algo al oído del Pajarero y luego
voló como una flecha hasta el sitio que indicaba el niño.
Minutos después regresó.