Page 32 - Princesa a la deriva
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bajaba rápidamente por el estrecho sendero que culebreaba a un costado de la
pared de roca.
—¿Qué te pasa, ayita, por qué lloras como si se te hubiera muerto alguien?
—¡Estás bien! —exclamó la pobre mujer, azorada.
—¿Y por qué no iba a estarlo?
De un salto cayó junto al aya. La mujer la abrazó hasta casi ahogarla. La
princesa le pidió que se calmara o no podría contarle su descubrimiento. El
caminito de piedras que ascendía por la pared llegaba hasta una abertura en el
techo que desembocaba al otro lado del monte. Desde allí, una vereda descendía
hasta unos peñascos junto al mar, donde estaba anclado el barco. A medio
camino había un sendero entre la maleza que bajaba a la playa, muy cerca del
bote de remos.
—¿Recorriste ambos caminos? —preguntó el aya, impresionada por la audacia
de la joven.
—No, solo una parte. Cuando partimos vi el catalejo del capitán pirata en la
mesita de la choza y lo tomé prestado. Con él descubrí la vereda entre la maleza.
También vi a los piratas, nos están buscando por todas partes. No tardarán en
subir el cerro.
—Y de seguro cuando den con nosotras nos matarán —dijo el aya a punto de
llorar otra vez.
—No te desesperes; salimos por el agujero y nos escondemos entre los arbustos.
Cuando no haya nadie en la playa, llegamos hasta el bote y nos subimos; luego
remas hasta el barco. Ya en el barco, soltamos los amarres y la corriente nos
alejará de la costa.
—No creo que podamos hacer todo eso. Para empezar, yo ni siquiera puedo
alcanzar la primera piedra para subir al agujero; ya lo intenté antes, cuando quise
irte a buscar.
La princesa le dio un beso para animarla. La tomó del brazo y la jaló hasta la
piedra en cuestión. Le mostró dónde debía poner cada pie para lograr subir.
Enseguida ella se trepó y le dio la mano para ayudarla. Luego, de un salto