Page 33 - Princesa a la deriva
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descendió. Rasgó un trozo de su vestido y con la tela borró las huellas de las dos;
volvió a trepar y dejó caer unas piedritas para que disimularan sus últimas
pisadas.
Tomó la delantera para mostrarle al aya dónde debía pisar. La pobre mujer trepó
aferrada con las manos a las piedras por temor a despeñarse. La joven la
animaba y la distraía para que no mirara hacia abajo y perdiera el equilibrio. La
subida fue lenta, el aya se detenía a cada rato. Su respiración era pesada. Sus
lamentos, el miedo, el esfuerzo por subir la habían agotado. La princesa le
aseguró que los piratas no conocían el sendero entre la roca que conducía al
exterior, ni tampoco la senda que descendía hasta la playa, porque solo había
descubierto huellas de animales.
—¿Qué clase de animales? —dijo el aya asustada.
—Unos que no parecen piratas —contestó la niña muerta de risa.
En eso tenía razón Mila Milá. Los piratas no habían explorado la cueva al no
tener necesidad de esconderse de enemigo alguno. Estaban contentos con solo
caminar por el monte, recoger leña para las fogatas; y si bien conocían la entrada
a la cueva, no les había interesado recorrerla.
Cuando el aya logró sacar la cabeza y vio el cielo, buscó a la niña. Esta la
esperaba acostada sobre la hierba.
—Ya estás casi afuera, apóyate en la última piedra y salta.
—Y si me rompo la pierna, ¿a poco tú vas a cargar conmigo?
—No exageres, ayita, no seas tan miedosa. Te voy a dar la mano y lo intentas.
Con ayuda de Mila Milá, el aya logró salir. Ambas se tumbaron boca arriba a
descansar.
—Ahora que te repongas, te muestro el camino para bajar al bote. Tenemos que
aprovechar que todos se hayan ido de la playa —dijo la princesa, que se había
incorporado para revisar el horizonte con el catalejo.
Mientras las dos fugitivas platicaban; Rajid el Temible, preocupado, gritaba
órdenes a sus hombres: debían dividirse en grupos para subir por el monte en