Page 38 - Princesa a la deriva
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—Sí, pero quizás nadie más pueda hacerlo. Este navío va a la deriva sin timonel
que lo gobierne.
La princesa, despreocupada, la abrazó.
—Ay, ayita, si supieras navegar no estaríamos en este aprieto.
El aya frunció el ceño: la niña no medía la gravedad de la situación.
—No lo encuentro divertido; imagínate que tu padre el rey no pueda dar con
nosotras.
—Supongo que nos la pasaríamos navegando el resto de nuestra vida —dijo la
joven haciéndole cosquillas al aya en busca de hacerla reír.
—Sería una vida muy breve —contestó el aya, apartándola.
La niña se quedó pensativa. Por donde mirara, el cielo y el agua se confundían
en el horizonte.
—No hay una sola ave volando; eso quiere decir que estamos muy lejos de la
costa —insistió el aya.
—Y tú solo trajiste un poco de agua y algo de fruta; ¿qué haremos con el hambre
y la sed?
—No te preocupes, le aprendí algunos secretos al capitán pirata —contestó el
aya—. Temeroso de ser sorprendido por algún enemigo, ha dejado escondidos
alimentos y agua en varios lugares del barco. Descubrí, detrás de un cancel de la
cocina, carne salada, y en la bodega, un tonel de agua dulce. Podremos
sobrevivir varios días. Hay que buscar por todas partes, debe de haber guardado
algo de arroz.
—Primero comamos, porque tengo mucha hambre, me podría comer yo solita
toda una pata de elefante.
El aya determinó que solo hicieran dos comidas al día: por la mañana y después
de la puesta del sol; quería tener la certeza de que les alcanzara la comida para
sobrevivir muchos días. También racionó el agua. Buena parte de ese día se
dedicaron a revisar todos los escondites posibles hasta que dieron con un costal