Page 39 - Princesa a la deriva
P. 39

de arroz, roído por un lado. Estaba casi vacío.


               —Creo que se nos adelantaron las ratas —dijo preocupada el aya.


               Agotadas, subieron a cubierta a descansar. Un viento leve enfriaba la noche. Se
               cubrieron con unas mantas que habían hallado en el camarote principal.
               Sentadas, observaban el parpadeo de las estrellas. La luna se había escondido
               tras unas nubes. El silencio de la noche las envolvía.


               —¿Conoces los nombres de las estrellas?


               El aya negó con la cabeza.


               —¿Entonces tampoco sabes si vamos hacia el norte o hacia el sur?


               —No, como tampoco sé si el Reino del Elefante Blanco queda hacia el norte o
               hacia el sur. De lo único que estoy segura es que estamos muy lejos de la costa,
               perdidas en medio de la nada. No sé cómo van a dar con nosotras —dijo
               apesadumbrada el aya.


               —No desesperes, te apuesto que en breve, un barco de la marina real vendrá a
               salvarnos.


               —No sé, estamos lejos de todo, a merced del viento, del sol y la lluvia. ¿Te
               imaginas si nos vuelve a golpear un temporal?


               —Mejor ya no pienses tanto, que vas acabar asustándonos; creo que prefiero las
               historias de terror del capitán Rajid. Yo me voy a dormir.


               El barco pirata continuó su curso sin derrotero. Durante tres días y tres noches,
               las olas y el viento lo impulsaron a su antojo. Las mujeres deambulaban por el
               barco de un extremo al otro; subían y bajaban de cubierta para entretenerse. La
               niña se divertía en transformar reatas y trapos en muñecos; los hacía actuar como
               si estuvieran en la corte de su padre, o bien eran Rajid el Temible y sus piratas.
               El aya se sentía obligada a recorrer por lo menos dos veces al día las bodegas,
               los camarotes y la cocina. Removía bultos y objetos, con la esperanza de
               encontrar más alimentos escondidos.


               La tarde del cuarto día, Milá se entretenía con el muñeco Rajid, apoyado sobre el
               enorme timón, como si este llevara el curso del navío. De pronto le pareció ver a
   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44