Page 40 - Princesa a la deriva
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lo lejos un barco. Llamó a gritos al aya. Esta corrió hacia la niña, temerosa de

               que hubiera sufrido un accidente. La princesa, exaltada, le señaló hacia el
               horizonte, pero el aya, deslumbrada por el sol, no alcanzó a distinguir nada.

               —Mi vista es mejor que la tuya, no lo negarás, ayita. Si te digo que allá a lo lejos

               se ve la silueta de un barco, es que hay un barco, aunque sea un barco fantasma.

               —Siempre con tus bromas —dijo el aya contrariada.


               —No estoy jugando; pero si nosotras no podemos verlos con claridad, quizás
               ellos tampoco puedan vernos y se sigan de largo.


               Ambas fijaron la mirada hacia lo lejos con mayor intensidad. Quizás su
               imaginación las traicionaba; o bien podría ser un barco de verdad.


               —¿Y el catalejo? —preguntó el aya.


               Ante la pregunta, la niña corrió a buscarlo al camarote. A su regresó, escudriñó
               con él largamente el horizonte.


               —¿Ves algo?


               —Me parece que hay algo; voy a trepar por este mástil; desde más arriba se
               puede ver mejor.


               El aya la pescó de sus vestidos y le impidió subir.


               —Te vas a caer. Podrías romperte un hueso o descalabrarte.

               —Tenemos que hacer algo. Entre la bruma y la distancia, sería terrible que no
               pudieran vernos.


               —Eso, si es que hay una embarcación allá lejos.


               Finalmente acordaron que la princesa subiera parcialmente el mástil, donde
               amarraría un colgajo de telas de colores anudadas unas con otras. La mañana
               anterior Milá se había entretenido haciendo nudos a manera de una soga de
               colores. Entre ambas trajeron la cuerda colorida. La niña se descalzó, subió
               sobre un barril cercano al mástil principal y empezó a trepar con gran agilidad.

               Recordó cómo los vigías apretaban las piernas alrededor del palo y se jalaban
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