Page 45 - Princesa a la deriva
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raro. En algún momento, el capitán y un par de oficiales extendieron sobre una
larga mesa, papeles pintados y los revisaron minuciosamente. De vez en cuando
le hacían preguntas al aya; esta contestaba y volvían a escudriñar los papeles.
Milá, indignada de que la ignoraran todo el tiempo, se dirigió al aya.
—Te ordeno que me digas de qué hablan.
—Shhh. No alces la voz, está mal visto gritar —le advirtió el aya.
—¿De cuándo acá tú me puedes callar? ¿Has olvidado que estás ante una Mila,
una princesa, hija favorita del rey del gran Reino del Elefante Blanco? —dijo
altiva Milá.
—No te estoy callando, pero estamos en un barco de guerra español y las buenas
costumbres españolas dicen que no se debe interrumpir a los mayores ni
tampoco gritar. Los oficiales te miran con desaprobación. Yo solo les contaba
que el pirata Rajid nos robó para exigir un rescate a tu padre, Mila Milá. Por eso
estudian sus mapas, quieren localizar el Reino del Elefante Blanco.
—¿Ya lo encontraron?
— Todavía no.
En ese momento entró un marinero con una charola. Les entregó a los presentes
tazas humeantes que despedían un fuerte aroma. La princesa probó el líquido
espeso, oscuro, dulce; le gustó el sabor. El aya, con los ojos humedecidos por la
emoción, le explicó que aquella bebida se llamaba chocolate, algo que no había
vuelto a probar desde que partió de su tierra, siendo pequeña. Reconfortadas por
el chocolate caliente, las enviaron a descansar a un camarote.
Cuando estuvieron a solas, la niña exigió explicaciones. El aya le contó su
historia.
—Cuando yo tenía más o menos tu edad, mis padres, mi hermano y yo partimos
en un barco hacia Manila. Habíamos zarpado de Acapulco, un puerto en la
Nueva España.
—¿La Nueva España? ¿Dónde queda eso?
—Es una tierra que queda al otro lado del mar y pertenece al gran Reino de