Page 37 - Princesa a la deriva
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EL AYA remó; a ratos la niña tomaba un remo y le ayudaba. Se acercaron al
               barco, treparon por la escalera marina, no sin antes tener la precaución de
               amarrar el bote a una cuerda que colgaba desde la cubierta. Intentaron levantar el

               ancla pero era demasiado pesada.

               —¿Y ahora qué hacemos? —dijo el aya, secándose el sudor del rostro.


               —Pues si no soltamos el ancla, entonces la cortamos; si no, van a descubrirnos y
               capaz que nadan hasta acá.


               Ante la posibilidad de que Rajid el Temible pudiera aparecer, ambas mujeres
               buscaron por todas partes hasta dar con un cuchillo y una cimitarra. Comenzaron
               a cortar la gruesa cuerda que sostenía el ancla. No les importaron las ampollas en
               las palmas de la mano ni los brazos adoloridos. El temor las impulsaba a trabajar
               sin detenerse. Finalmente lograron su cometido y el barco se alejó lentamente de

               la costa.

               Demasiado cansadas para comentar su hazaña, bebieron un poco de agua y
               cayeron rendidas en el camarote del capitán. Durmieron ajenas al peligro, a los

               gritos de sorpresa y de rabia de los piratas, cuando estos descubrieron el robo del
               bote y posteriormente la desaparición de su navío. En el mar, la noche era
               apacible, la luna se reflejaba sobre el terso oleaje. Arrulladas por el mar
               tranquilo, las dos mujeres durmieron profundamente.


               Ya el sol alcanzaba su cenit, cuando la princesa despertó. De pronto recordó que
               estaba en el barco pirata y no en su habitación en palacio. Se incorporó de
               inmediato y buscó al aya. No estaba en el camarote, salió a buscarla. El aya
               estaba sobre cubierta con la vista fija en el horizonte. El barco se deslizaba
               lentamente. El sol deslumbró a la niña. Sus rayos, como luciérnagas
               parpadeando simultáneamente, rebotaban sobre las verdes aguas del mar. La
               princesa se acercó al aya.


               —Ya no se ve tierra por ninguna parte —dijo la niña.


               —Mmm, por donde mires, solo hay agua; ni manera de saber si estamos lejos o
               cerca del reino.


               —No creo que el Temible y sus hombres puedan dar con nosotras.
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