Page 51 - Princesa a la deriva
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falda amplia disimulaba sus piernas. Sus pies estaban metidos dentro de unos
botines gruesos y oscuros. Una tela escondía su cabello. La princesa la miraba
boquiabierta.
—¿Por qué te disfrazaste?
El aya le explicó que ahora ella volvería a vestir como española. La niña,
sorprendida, la miró en silencio.
—Si te encontrara en otro lugar, no te reconocería; pareces otra. Pareces
encerrada en una jaula de tela.
El aya guardó silencio un momento.
—Ya no estoy a tu servicio. Como aquí nadie conoce el reino de tu padre, ya no
eres Mila Milá, mi dueña y señora.
La princesa, sorprendida, no daba crédito a sus oídos.
—Eso es imposible. El Reino del Elefante Blanco es famoso por sus riquezas y
por la grandeza de su rey.
El aya la escuchaba pensativa. Intentó explicarle que ese reino quedaba tan lejos
que era desconocido en Manila.
—Ayita, eso es terrible, quiere decir que no podrán enviarme a casa con mi
familia —dijo la niña desolada.
El llanto, acumulado durante tantos días de peligro e incertidumbre, sacudió a la
princesa. El aya la abrazó.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Dónde vamos a vivir? —preguntó la niña entre
pucheros—. ¿Nos quedaremos en esta casa extraña?
El aya le explicó lo que había determinado el gobernador. Se quedarían en esta
casa hasta que partiera la Nao de China, que era una gran embarcación que
viajaba entre Manila y la Nueva España. El aya iba a regresar a su tierra. Don
Joaquín Mendoza de los Santos, al escuchar su nombre y su historia, dijo
conocer a un hermano de su papá. Él la llevaría de regreso con su familia, que
habitaba en la ciudad de Puebla.