Page 53 - Princesa a la deriva
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—Pero yo ya no tengo familia —dijo apesadumbrada la princesa.
—El destino te hizo una jugarreta a ti —contestó el aya, secándole las lágrimas
con un pañuelo.
—A mí me toca ir de regalo a la corte del virrey, y a ti, a vivir con tu tío.
El aya asintió.
—Me voy a morir de tristeza, yo no entiendo una sola palabra de esa lengua
extraña —replicó Milá.
—Yo te puedo enseñar a hablar el castellano. Además me han dado unas telas
muy hermosas para hacerte unos vestidos dignos de una princesa del Reino del
Elefante Blanco.
—Bien, pero te ordeno que ya no me dejes sola tanto tiempo. No tengo en qué
distraerme.
—Eso mismo quería explicarte. Ya no podrás darme órdenes. Ahora que he
recuperado mi nombre y mi estirpe, deberás tratarme con respeto y llamarme
doña Inés.
La princesa se enfureció; le aventó una figurilla de porcelana que estaba en una
mesa. Afortunadamente, doña Inés la esquivó a tiempo. El ruido de la porcelana
estrellándose en el piso hizo que entrara de inmediato un criado. El aya, doña
Inés, explicó que ella había tirado sin querer la figurilla. El criado levantó los
pedazos de porcelana y salió sin cerrar la puerta. La mujer se sentó en una de las
sillas, acomodándose las enaguas. Seria, habló con franqueza con la niña. Le
explicó que no debía permitirse tales arrebatos, porque en vez de llevarla en la
Nao de China, la enviarían al mercado de esclavos para venderla. Además corría
el riesgo de ser castigada con diez latigazos por cada infracción. No debía alzar
la voz, ni amenazar, ni hacer berrinches. El solo hecho de que don Joaquín
Mendoza de los Santos quisiera obsequiarla al virrey había evitado que el
gobernador la enviara a vender. La princesa guardó silencio y reflexionó sobre
todo lo dicho por el aya.