Page 18 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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La maestra Brenda intentó explicar la situación:
—Doctora, las niñas me dijeron...
—Cállese, Brenda... Ése es su problema. Ser tan blanda ante cualquier cosa que
hacen sus alumnos. Las niñas no son débiles como cree. Golpeando niños. A
dónde vamos a parar. Las niñas deben quedarse en su lugar. Al rato van a querer
ser boxeadoras —yo sólo pude pensar que Tania sí había pensado en serlo—.
¿Ésa es su idea de cómo debe ser una señorita?
Con ese rostro severo y agrio, que tanto nos daba miedo a todos, se volvió a
Tania y a mí y dijo:
—¿Quién fue la del golpe?
Tania dio un paso al frente sin levantar la mirada.
—Está bien. Vamos a la dirección. Voy a escribir un recado a tus padres.
Mi amiga, la maestra Brenda y la directora se alejaron. Pero, de camino, la
doctora se volvió y nos dijo a todos:
—¿Y qué ven todos ustedes? Ya se acabó el show y el recreo. A sus aulas
respectivas, pero ¡ya!
Como un enjambre de avispas asustadas, niños y niñas corrieron a sus salones.
Yo todavía me quedé mirando cómo la maestra abrazaba a Tania que, hasta ese
momento, y para mi sorpresa, nunca dejó asomar una lágrima.
Estaba a punto de marcharme cuando el Bicho me tomó del brazo y me dijo:
—Par de fenómenos. Todas las mujeres en este pueblo están locas. Por eso nadie
se ha molestado en buscar a la chiflada de los perros. Las mujeres en este pueblo
son un estorbo que no le importa a nadie.
Me quedé petrificada. Mario tuvo que jalarme del brazo para que saliera de mis
pensamientos y corriera al salón, justo cuando la chicharra, que anunciaba el fin
del recreo, sonó.