Page 22 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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de un señor que le pegaba a su esposa con un directorio telefónico y de otro que
acostumbraba encerrar a su mujer en la alacena. A mí siempre me pareció muy
raro que eso haya llegado a pasar alguna vez.
Y aunque ninguna mujer era golpeada por un hombre desde aquel histórico
despido, las mujeres no eran muy bien tratadas, porque los hombres se la
pasaban gritándole a sus esposas, madres, hermanas y sobrinas.
Tal vez Laura tenía razón, así que le pregunté a Tania, poco antes de separarnos
y de que cada una se dirigiera a su respectiva casa:
—¿No te dijo otra cosa Laura?
—Pues está molesta porque nos suspendieron dos días. Dice que no hizo nada,
pero yo le dije que si no hubiera sido por su idea del golpe de derecha no nos
hubiéramos metido en este lío.
—Me refiero a que si cree que la señora Lulú de verdad no se habrá fugado.
—No. Yo creo que... —de pronto su expresión cambió y habló como si lo hiciera
con otra persona— ...sí ya te oí, pero no ves que estoy hablando yo... sí —puso
entonces una cara de fastidio—, espera un poco, Ivón.
Esto pasaba cuando Laura intentaba hablar con Tania, o viceversa; yo siempre
me apartaba un poco, pues solían pelearse y no era muy agradable ver cómo
Tania, o en su caso Laura, hacía gestos incómodos y dejaba escapar alguno que
otro gruñido. Mario tenía razón: era ridículo que se pelearan.
Pero para mi sorpresa esta vez no pelearon, y en pocos segundos Tania me tocó
el hombro mientras precisaba:
—Dice Laura que debemos fijarnos en los pequeños detalles.
—¿Pequeños detalles?
—Sí, como el ladrido de los perros.