Page 23 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               POR UN BUEN RATO NO ENTENDÍ a qué se refería Laura con eso de atender
               los detalles, ¿querría decir que debíamos prestar más atención a la atrevida

               hormiga que se pasea frente a nuestro plato de cereal?, ¿o que debíamos fijarnos
               en el ritmo de la gota que cae de la descompuesta llave del lavadero? Era claro
               que no. Ella se refería —y después lo entendí al recordar su afición por los
               cuentos de detectives y las series de policías— a cosas que nos pudieran dar una
               pista sobre la desaparición de la señora.


               Pero ¿en qué podría fijarse una niña como yo, que un policía investigador con
               lupa y perro olfateador no pudiera ver?


               Esa tarde, encerrada en casa, recordé las cosas que habían pasado, pero no
               encontré ningún “pequeño detalle” que se nos hubiera escapado. Entonces
               descubrí que los pequeños detalles son escurridizos, como cucarachas que corren
               por las orillas de las paredes para esconderse detrás de los muebles; y apenas
               visibles, como un alfiler sobre una alfombra gris. No me di cuenta de nada que
               no hubiéramos sabido ya. Igual que mamá —que no se cansaba de mandarle
               pensamientos a la señora Lulú—, lamentaba que la tía de Mario siguiera con su
               gripa.


               Después de clases estuve encerrada por la tarde del lunes y el martes. En la
               escuela no ocurrió nada extraordinario, sólo que el Bicho no se portó
               amenazante con las niñas, casi podría decir que nos ignoró. Se la pasó
               molestando a los niños que, desde el día del golpe de derecha, parecían estar
               perdiéndole el respeto, y cómo no, si habían presenciado cómo una niña tan
               delgada como una vela de pastel de cumpleaños lo había derribado.


               Yo extrañé a Laura el martes y a Tania el miércoles. Y como Laura-Tania estaba
               castigada y ni ella ni yo teníamos teléfono, no supe de ellas durante los dos días
               completos. Y mientras tanto el asunto de la señora Lulú parecía estarse

               olvidando.

               Fue en la noche del miércoles que “un pequeño detalle” saltó a mi ojos, como
               gota de aceite de un sartén cuando uno cocina huevos estrellados (claro que las
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