Page 88 - Un abuelo inesperado
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–Hasta mañana, Ginés.


               –Hasta mañana.


               –Ah, que se me olvidaba, Vicente, el de la conservera, me dio recuerdos para ti.
               Lo tenías que ver, cada vez está más joven. Para mí que ha hecho un pacto con el
               diablo.


               –...






               Benito se dio la vuelta y se encogió de hombros. Abrió una bolsa de lona y sacó
               un tomate como una sandía.


               –Toma, para la ensalada. No es de los más grandes, pero...


               –Siempre tan detallista, Benito –le contestó mi abuela con una sonrisa.

               Benito dejó el tomate encima de una mesa y me pasó la mano por el pelo. Una

               mano gorda y rugosa.

               –Es igual que su padre.


               –Sí –contestó mi abuela mirándome de reojo–. Y tiene cosas de su abuelo.


               –¿Te acuerdas, Irene, de cuando éramos novios?


               –Bah, ya han pasado más de cincuenta años.


               –Cincuenta y tres. Bueno, me voy, que tengo faena. A ver si este Ginés se
               levanta mañana y me acompaña. Podría ir solo, pero me gusta que me acompañe
               tu abuelo, chaval. Ya sabes.






               No, no sabía. Benito salió por la puerta con la bolsa colgándole del hombro, sin
               peso, vacía. De repente se detuvo delante del coche de mi abuelo, que seguía
               aparcado justo donde lo había dejado mi abuelo después de recogerme de la
               estación. Benito se puso a hurgar en la cerradura del maletero. Sacó varias llaves
               y probó a abrirlo. Tiraba y tiraba y nada. Se volvió y me vio cómo le miraba a
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