Page 92 - Un abuelo inesperado
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Un león enjaulado, había dicho mi abuela. Yo había visto uno en el circo que
instalaron en el solar que hay frente a mi casa. Me llevó mi padre a la sesión de
tarde. Era sábado, creo. O domingo. No tenía colegio, eso seguro. Antes de
llegar a la carpa, había una fila de jaulas. Tras aquellos barrotes gruesos como
puños estaba cautiva media jungla. Avestruces, tigres, elefantes, cebras, monos...
Y allí, el último: el león. Tumbado en un rincón, medio dormido. Al principio no
me impresionó lo más mínimo. Un gato grande, vago, con la melena algo
descuidada. Pero alzó la cabeza y me miró a los ojos, como diciéndome: «Eh,
que soy el rey de la selva. ¿A que te devoro de un bocado?». Luego, bajó la
cabeza, la colocó entre sus patas delanteras y abrió la boca mostrando todos sus
afilados colmillos.
El caso es que mi abuelo no se parecía a aquel león de circo. Tampoco al
trapecista, ni al lanzador de cuchillos, ni al contorsionista chino, ni al
equilibrista.
–Este Benito... –dijo mi abuela volviéndose a sentar–. Él y tu abuelo son tal para
cual.
–¿Se conocen desde hace mucho? –pregunté.
–Desde que levantaban un palmo del suelo. De críos no se podían ver. Siempre
andaban peleando. Y de repente, un día, uña y carne. Nunca me han querido
contar qué sucedió. Seguro que tu abuelo lo tiene escrito en alguno de esos
cuadernos. Tal vez, si los tuviese aquí, igual se entretenía y dejaba de bufar. Pero
se empeña en guardarlos en el restaurante. No sé por qué no lo vendimos
entonces.
–¿Entonces cuándo?
–Entonces entonces –dijo mi abuela zanjando la conversación, zanjando la
partida. Dejó la carta sobre la mesa, boca abajo, y se levantó–. Voy a ir
preparando la comida. Pon la mesa. No coloques plato para tu abuelo. Ya comerá
cuando se levante.
Terminamos de comer. Me limpié con la servilleta y la doblé en tres. Quedó con