Page 90 - Un abuelo inesperado
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BENITO LLEGÓ AL MEDIODÍA. Puntual como un reloj suizo. Esta vez,
tampoco subió las escaleras.
–¡Ginés! ¿Qué? ¿Vamos o no? –gritó.
Mi abuela y yo estábamos jugando una partida a las cartas cuando oímos su voz.
Mi abuela se levantó y asomó la cabeza por el hueco de las escaleras.
–No grites, Benito. Está dormido.
–Pero si me dijo que me acompañaría.
–¡Como se despierte lo aguantas tú! –dijo mi abuela, que si hubiese tenido un
rodillo de amasar en la mano lo habría alzado. Pero lo único que tenía era un dos
de bastos.
–¿Está peor? –preguntó Benito.
–No. Peor, no. Como un león enjaulado, así es como está. No hay quien lo
aguante. Si se pudiera levantar, se subiría por las paredes. Pero como no puede,
pues no para de gruñir.
–Pero eso ya lo hace cuando está sano. En fin. Me da rabia que no pueda
acompañarme. Dile que he venido y que dejo el viaje para la semana que viene.
Oí al amigo de mi abuelo cerrar la puerta.