Page 94 - Un abuelo inesperado
P. 94

• 25






               ENTRÉ EN EL RESTAURANTE, y aquello estaba como lo habíamos dejado.

               Lo raro hubiese sido otra cosa. Subí la persiana que tenía más próxima y el
               comedor se iluminó lo justo para acercarme sin tropezar a las dos mesas que mi
               abuelo utilizaba como escritorio.


               Me senté en la silla y cerré los ojos. Me imaginé todo aquello lleno de gente:
               voces amigas hablando de mil cosas, ruidos de cucharas y tenedores
               entrechocando contra los platos. Mi abuelo yendo y viniendo. Entrando en la
               cocina, saliendo con platos rebosantes de comida... Sonriente como un
               cumpleañero, o serio como un político. Aunque no creo que dentro del
               restaurante se mostrase enfadado, al contrario. Siempre con una sonrisa en la
               boca y una frase adecuada para cada cliente.


               «Aquí está su filete, don Zacarías, como a usted le gusta, ni muy hecho ni muy
               pasado. En su punto, en su coma».


               O:


               «Su ensalada, señora Margarita, sin tomate, con media docena de aceitunas
               negras».


               Seguro que a mi abuelo no se le escapaba un detalle.

               Abrí los ojos y miré aquella torreta de cuadernos de mi abuelo que se apilaban el

               uno sobre el otro, desafiando a la gravedad. Qué tío. ¿Dónde los habría
               comprado? ¿Cómo podía haber escrito tanto? ¿Y para qué?

               Cogí un cuaderno titulado CLIENTES. Lo abrí: «Señora Gafas», leí. Y seguí:






               La Señora Gafas siempre me saca de mis casillas. Es imposible darle gusto. Lo
               de hoy ha sido para no volver a dejarle entrar. Menos mal que su hijo (que digo
   89   90   91   92   93   94   95   96   97   98   99