Page 22 - Un poco de dolor no daña a nadie
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Al otro día, cuando regresé de la escuela, hallé a mi papá con la cara larga. Una

               mezcla de enojo e impotencia se dibujaba en su boca.

               —Ven —ordenó categóricamente. Lo seguí, nervioso. Me llevó hacia la cochera
               cerrada y me mostró un conejo muerto al que le habían arrancado las orejas. Se

               hallaba debajo del polvoriento vocho descompuesto.

               —¿Es tuyo ese animal?


               —Claro que no. ¿Por qué habría de ser mío?


               —Okey. Pensé que lo tenías aquí escondido y se había muerto de hambre. Parece
               que algo le comió las orejas; de seguro han de haber sido ratas.


               —No creo; el gato las espanta.


               —Esto no me está gustando. Algo extraño sucede. No quiero que tu mamá y las
               niñas se enteren, así que no digas una sola palabra. No quiero que se asusten.


               Mamá y Andrea ya habían confeccionado muchos detalles para la fiesta de Luz
               María. Tenían gorros, dulceros, manteles, llaveros, espantasuegras y globos con
               brillos. El viernes en la tarde se respiraba una tranquilidad silenciosa y tensa en
               la casa. Desde la sala se alcanzaba a ver el cielo de un azul suave, y nubes
               blancas y rollizas. Con su voz dulce y aguda, Luz María preguntó:


               —¿Verdad que mi fiesta va a estar muy bonita?


               En ese instante se escuchó un golpe seco contra el cristal. Todos volteamos al
               mismo tiempo hacia la ventana y vimos que un pajarillo yacía en la parte
               inferior, desfallecido por el impacto brutal. Mamá trató de taparle los ojos a mi
               hermanita, pero no pudo impedir que viera aquello. Como habrán de imaginar,
               yo fui el encargado de recoger el pajarito y las plumas que se le cayeron. ¡Qué
               trabajitos me estaban dando!


               Después, los acontecimientos se precipitaron. Papá se topó con un gato
               destripado en la entrada de la casa. Le dio una patada y lo envió a la casa vecina.
               Dos días más tarde, un perico flotaba muerto en la pila del lavadero. Tuve que
               tirarlo lejos de casa para que los demás no se dieran cuenta. Un perro
               chihuahueño apareció aplastado en la calle, frente a nuestra acera, y quisimos
               pensar que lo habían atropellado por accidente. Mamá se pegó el susto de su
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