Page 27 - Un poco de dolor no daña a nadie
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Y LA BOCA DESTROZADA SONREÍA






               “SOLICITO muchacho para mandados. Buen sueldo.”


               Leyó el cartel escrito con letra manuscrita, pegado con cinta adhesiva sobre el
               vidrio principal del aparador de aquella tienda de ropa donde un maniquí de niña
               pequeña esbozaba una leve sonrisa. Necesitaba un trabajo con urgencia porque
               su abuela apenas sobrevivía con la raquítica pensión que recibía cada mes y solo
               alcanzaba para cubrir los gastos más elementales. Estaba un poco harto de comer
               sopa de coditos y caldos amarillos de patas de gallina.


               En otro tiempo realizó pequeños trabajos que no exigían demasiado esfuerzo:
               cuidar autos en el estacionamiento del supermercado, empujar carritos que
               naufragaban en aquellas callecitas, limpiar uno que otro cristal delantero, tirar
               bolsas de basura. Sin embargo, ahora esas palabras eran tentadoras: buen sueldo.
               Sonaba a muchos pesos y uno que otro billete, justo lo que necesitaba para sus

               placeres más inmediatos: jugar a matar marcianos en las maquinitas; cambiar los
               tenis, tan rotos que si pisaban un chicle podían adivinar su sabor; comer papitas
               nadando en chamoy de ciruela. O escaparse de vez en cuando al cine. Ya había
               llegado la nueva de Cuando los humanos poblaban La Tierra y no contaba ni con
               un triste peso para asistir. Aprovecharía los casi dos meses de vacaciones para
               engordar su bolsillo.


               El lunes por la mañana se puso la camisa menos gastada que tenía y el pantalón
               que usó en su primera comunión —y que apenas le cerraba— para presentarse
               en la tienda de ropa El Competidor. Como no tenía grasa o crema negra para
               limpiar sus zapatos, les escupió y esperó que su saliva cumpliera con la misión
               de limpieza. Quería causar una buena impresión y que le dieran el empleo de
               inmediato. Lo atendió la dueña, una señora de aspecto cálido, pero de cuya boca
               no salían palabras sino truenos. Trató de ganársela con su mejor cara y aceptando
               la larga lista de indicaciones que le dio.


               —¿Cómo te llamas?


               —Kevin.
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