Page 28 - Un poco de dolor no daña a nadie
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—Estas mamás de ahora, ¡no sé dónde tienen la cabeza! ¡Puros nombres gringos
les ponen a sus hijos!
Él sonrió, un poco apenado.
—Bueno: aquí la hora de entrada es a las 9 y la hora de salida es a las 5. Puedes
quedarte a comer y descansar un rato. A mí no me gusta que mi gente ande
hambreada. Con la panza llena se trabaja con más ganas.
—Como usted diga, señora.
—Me puedes decir doña Chole.
—Sí, doña Chole.
—Te vas a encargar de hacer los mandados, de acomodar la mercancía, de barrer
los almacenes, de acomedirte a las tareas pendientes. ¡Ah!, y se me olvidaba: de
bajar los maniquíes del tapanco cada vez que se ocupe. Esta Chayo casi se
quiebra la cabeza al bajar por la escalera. Ya está vieja para esos trotes.
—Sí, señora —contestó sonriente. No haría únicamente mandados.
—Bueno, pues, muchacho: no te quedes ahí parado como estatua. Chayo, dile al
muchachito qué hay qué hacer.
Una mujer grande y robusta, de piel morena y brazos gruesos como de luchador,
se le quedó mirando como a un roedor y exclamó:
—Lo que usted diga, doña Chole. Sígueme —le ordenó con su voz áspera.
Caminaron hacia el fondo de la tienda, donde se encontraban los almacenes.
Le dio una escoba y le indicó que dedicara la siguiente hora a barrer.
—Y no levantes polvo.
—Está bien, Chayo.
—¡Qué Chayo ni qué ocho cuartos! Para ti soy Rosario. No seas igualado,
chamaco.
Después realizó otras tareas y la jornada terminó sin ningún incidente. Se