Page 33 - Un poco de dolor no daña a nadie
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alargó unas ramas para abrazarlo.
De regreso pasó por la tienda de abarrotes, donde Nictehá platicaba
animadamente con un niño de secundaria que, para lucirse, le lanzó una frase
como un latigazo:
—¡Adiós, Motita; me saludas al lunar!
Le dieron ganas de estrangularlo como a una gallina de las que la abuela
convertía en caldo.
A ella precisamente le dio cien pesos, y lo demás se lo gastó en la tienda de
abarrotes de doña Tencha, jugando en las maquinitas, y comiendo papitas y
bebiendo litros de soda mientras veía una película en que las ratas y las
cucarachas heredaban al fin el planeta Tierra.
Volvió a trabajar en El Competidor, y cuando tuvo un tiempo libre subió al
tapanco y se acercó a Clara Luz para contemplarla. Hipnotizado por su belleza,
observó su nariz respingada, sus labios delgados y rojos, sus ojos que ardían
como estrellas en el firmamento. Con las yemas de los dedos tocó suavemente
sus mejillas tersas.
—Eres muy bonita —musitó.
Su propia voz lo devolvió a la realidad. Giró el cuello hacia la derecha y sintió
que otro maniquí lo estaba observando. Era el del copete exagerado.
—¿Tú qué miras, eh? —le giró la cabeza hacia el costado contrario y el maniquí
quedó de cara a la pared. Agregó—: No seas metiche. Estarás mejor allá.
Lo llevó a la parte trasera del tapanco.
Cuando Chayo se dio cuenta de que lo había movido, fue hasta donde se
encontraba acomodando unos cobertores de invierno y le reclamó, molesta:
—¿Quién te dio permiso de andar moviendo a Ricardito de su lugar? ¿Me
puedes decir?
Kevin no supo qué responder. “¿Ricardito?”, pensó.