Page 38 - Un poco de dolor no daña a nadie
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fijamente.
Después solo sintió un golpe en la cabeza.
Su cuerpo se desplomó, inerte. Y enseguida dos brazos enormes lo arrastraron
hasta el fondo del almacén.
Dos días más tarde una ambulancia del Asilo de ancianos Santa Rosa se
estacionó frente a la casa de su abuela y la recogió. Una vecina había llamado a
Emergencias porque la viejecilla se la pasaba sosteniendo un teléfono antiguo,
desconectado, y lloraba, intentando hablar con una supuesta hija que tenía en
Tijuana.
—Nunca tuvo hijos —comentaron las vecinas mitoteras.
El Competidor exhibió su nueva ropa de invierno poblando los aparadores con
diez o doce maniquíes que lucían guapos y elegantes. Y al frente de todos ellos
se encontraba Clara Luz, ataviada con un precioso conjunto de lana a cuadros,
mientras una bufanda envolvía su cuello grácil y delicado; las botas de piel
marrón hacían juego con el gorro de acrilán que cubría su cabeza. Su sonrisa
iluminaba aquel rincón y el sol coloreaba sus mejillas rosadas. Frente a ella se
encontraba un nuevo maniquí que tenía un lunar bajo la oreja izquierda y una
cicatriz en la cabeza. Quizá se encontraba embargado por la emoción de estar al
fin con su amada Clara Luz y por ello parecía como si a sus ojos comenzaran a
asomar algunas lágrimas.
Chayo los miró desde el exterior y sintió que el corazón se le encogía como un
fruto seco al ser testigo de un amor de yeso, cartón y porcelana que prometía
durar el resto de la eternidad.