Page 19 - Un poco de dolor no daña a nadie
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matrimonio.
Aunque parecía demasiado tarde.
Es un lujo tener la casa para uno solo. Nadie te llama la atención si holgazaneas
durante todo el día ni te obliga a limpiar tu cuarto. Algunas veces fui al hospital
y pude entrar hasta terapia intensiva para ver a papá. Aunque es más duro que
una piedra, no deja de ser mi padre. Ja, ja, ja, casi nunca uso esa palabra: padre.
Papá tenía la cabeza inflamada por el golpe. El doctor le ordenó que descansara.
Yo le hablaba cuando nos quedábamos solos, pero no me hacía caso. No me
importó, yo le tomaba la mano y se la apretaba un poco, solo un poco. Con
mamá hice lo mismo una noche que la encontré dormida.
Regresaron a casa. Pensé que todo iba a cambiar a partir de ese momento, pero
no fue así. Desde el día que volvieron a estar juntos, el resentimiento de papá se
recrudeció. Hablaba muy poco, y si lo hacía, era para provocar un pleito con
mamá. Yo me esfumaba de inmediato. Empezaron a ocurrir cosas raras. Papá
dejó escapar a todos los pájaros de las jaulas y se peló a rape. Se la pasaba
encerrado en su estudio, hojeando álbumes de fotos, fumando cajetillas enteras
de cigarrillos y bebiendo licor.
—No voy a vivir con un zombi ni seré la sirvienta de nadie —dijo mamá.
Lo entendimos. Si acaso sentía hambre, debía servirme cereal o prepararme un
sándwich. Las vacaciones de mamá terminarían en 15 días, y entonces regresaría
a clases.
Una mañana llenó varias maletas con su ropa y pidió un taxi. Antes de salir,
levantó una foto de la mesita y se le quedó mirando hasta que los ojos se le
llenaron de lágrimas.
—¿Por qué tuvo que pasar? ¡Si solo tenía 11 años!
Me derrumbé en el sillón al ver que era yo quien sonreía en aquella fotografía.