Page 14 - Un poco de dolor no daña a nadie
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encías sangrantes y dientes afilados como navajas. Se detuvo en el centro y

               empezó a olisquear el aire con esa nariz torcida que era capaz de distinguir un
               bebé a un kilómetro de distancia.

               Después de observar a los invitados a su alrededor, exclamó:


               —Huele a carne humana.


               Las demás bestias se miraron unas a otras. Ariel hizo lo mismo. Con voz cascada
               y pegajosa la vieja exclamó:


               —Aquí hay un intruso.


               Ariel quiso largarse, pero se dio cuenta de que era imposible. Nadie llevaba
               encima un disfraz. ¡Eran sus malditos cuerpos! Con horror y asco, reconoció que
               aquella no era la dichosa fiesta de Halloween que tanto había esperado.


               La bruja caminó hacia donde él se encontraba parado. Cuando estuvo a menos de
               dos metros, pudo ver que su pierna derecha terminaba en una pata de cerdo y la
               izquierda era de gallina. A menos de un metro distinguió sus ojos fosforescentes
               y diabólicos. Ariel quiso retroceder, pero el Hombre Lobo y el cíclope lo
               detuvieron. No tenía modo de escapar. Sintió la multitud de miradas rabiosas que
               se precipitaban sobre él.


               La bruja metió unos dedos largos en la oquedad de su boca y con las uñas
               negruzcas pellizcó la lengua de Ariel. La sangré brotó de la herida y la vieja
               lamió las gotas que quedaron en la yema de sus dedos, excitada.


               Ni siquiera tuvo oportunidad de gritar; los ojos de la bruja se asomaron a su
               temblorosa alma. Entonces oyó su sentencia:


               —Adelante. La cena está fresca.


               Lo demás fue rápido. El miedo que emanaba su cuerpo enardeció a los
               monstruosos invitados, que se lanzaron contra él, hambrientos. Sintió las uñas de
               la gárgola hundiéndose en su ojo derecho y arrancándolo de raíz. Gritó, pero
               nadie humano escuchó sus alaridos desgarradores. Después sintió la mordida del
               lobo en la mejilla izquierda, mientras la bruja enana iba en pos de una oreja y el
               cíclope le arrancaba la nariz de un bocado. Las uñas hurgaban en sus entrañas y
               el dolor era indescriptible; la sangre brotaba por todas partes. Perdió la
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