Page 10 - Un poco de dolor no daña a nadie
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aprisa y cuando volvió la mirada hacia el reloj, el minutero ya marcaba las 11 de

               la noche.

               Hora de partir.


               Sacó el frasquito con olor a bistec podrido y se vació algunas gotas en el saco
               andrajoso para darse un fétido toque realista.


               Volteó hacia la escalera que conducía a la habitación de su hermana y gritó:


               —Ya me voy. No le abran la puerta a nadie. Al rato llega mi jefa.


               Pero nadie contestó. Pensó que estaban entretenidas leyendo el libro de brujas o
               pintándose la boca con los labiales de su mamá. Salió de casa después de echarse
               en la boca una pastilla de Clorets. La plaga de niños había desaparecido de las
               calles. Quedaban muchos dulces desparramados por el suelo. No evitó pisarlos.


               Los árboles parecían conversar entre ellos. Sobre los techos de las casas la luna
               tenía ahora una palidez cadavérica. Le encantó, porque de algún modo todo
               obedecía a un orden secreto esta noche de Halloween. La calle Paseo de las Aves
               no estaba demasiado lejos, así que decidió no tomar taxi, ahorrarse unos cuantos
               pesos y caminar un poco. Continuó caminando por las calles anchas del viejo
               barrio y atrás quedaron las casas conocidas. Su sombra se proyectaba en la acera
               y al mirarla le daba la sensación de que no le pertenecía, de que era una sombra
               ajena. Se preocupó porque no sabía dónde exactamente era la fiesta. Sacó el

               teléfono celular y revisó si tenía mensajes. Nada.

               —¡Demonios! —exclamó.


               Llamó, pero la grabadora lo mandó al buzón. Alzó la mirada y vio un cielo negro
               como el carbón. Los ruidos fueron quedando atrás y pronto el chirrido de los
               grillos se adueñó de la noche. En otros tiempos la calle Paseo de las Aves había

               sido exclusivamente para las familias más acaudaladas de la ciudad, pero con los
               años los residentes fueron muriendo y quedaron abandonadas, aguardando
               nuevos propietarios. Aquel conjunto de casonas era el escenario ideal para una
               fiesta de brujas porque no se veía un alma en muchos metros a la redonda. Pasó
               frente a las primeras casas y no vio que hubiera movimiento. Fue en la segunda
               manzana donde observó algunas sombras a través de las ventanas.


               Apuró el paso y se detuvo frente a una enorme mansión arruinada que
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