Page 9 - Un poco de dolor no daña a nadie
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consigna:
—¡Queremos Halloween, queremos Halloween! ¡Si no nos dan dinero, haremos
cochinero!
Llevaban disfraces mal hechos de brujas, duendes, Drácula, diablos y hasta del
Chapulín Colorado o de princesas cursis. Llamaron a la puerta de la casa una y
otra vez, sin cesar. Ariel se estaba colocando una gota de sangre falsa en la
comisura de los labios y se asomó, apartando la cortina. Entonces decidió
hacerles una broma. Abrió la puerta de golpe y se plantó en el umbral con su
desgarrada y ensangrentada indumentaria de muerto viviente ante los niños. Los
gritos más agudos que se han escuchado en diez kilómetros a la redonda salieron
en ese momento de sus gargantas. Corrieron despavoridos hacia cualquier parte,
aventando las canastas de dulces y las monedas que llevaban en las manos,
llorando, mientras sus madres, histéricas, trataban de detenerlos. Rio a
carcajadas. Luego recogió algunas monedas de cinco y diez pesos, y las guardó.
Le echó un vistazo al reloj de la sala. Las diez y media. Lola y sus amiguitas ya
estaban en su cuarto, de seguro poniéndose los calzones o los zapatos de su
mamá o saltando como locas sobre la cama. A las 11 empezaba la tétrica fiesta.
Le dio hambre; fue a la cocina y devoró un plato de cereal de chocolate. Menos
mal que el abuelo no se hallaba en casa, porque habría muerto de un infarto
fulminante si hubiera visto a un zombi comiendo Choco Krispis. Le mandó un
mensaje a Kimberly Jocelyne: “‘entonces qué, m’ija? Nos vemos al rato en la
pary. Iré de zombi”. Era curioso: a ella le gustaba que la llamaran así, por su
nombre completo. Nada de Kim ni de Joce.
—Mi mamá no se quemó la cabeza para ponerme este nombre tan nice como
para que lo hagan menos —le reclamó a sus amigas en alguna ocasión. Llevaba
su ridículo nombre como si portara una banda de Miss Universo.
Esperó que no pusiera pretextos esta vez y asistiera disfrazada de vampiresa
sexy. Se veía tan hermosa con aquellos colmillos sangrantes y aquellas ojeras
negras, que le daban ganas de abrazarla y arrancarle los labios de un mordisco.
Pero la cosa era tranquila. Tarde o temprano caería en sus brazos de zombi o de
humano, ¡qué importaba! Y esta podía ser la noche.
Se metió a Youtube y estuvo checando monstruos en la red. El tiempo se fue