Page 73 - Un poco de dolor no daña a nadie
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—Formarán parte de la comunidad. Estarán íntimamente ligados a mi hijo

               Herminio. Solo faltas tú, je, je, je.

               Alzó el martillo.


               —¡Está completamente loco! —respondí, y empuñé el bate.


               —Solo te romperé uno o dos huesos. ¿Cuáles prefieres?, ¿de los brazos o de las
               piernas?


               El viejo avanzaba hacia mí. Estaba determinado a golpearme con el martillo.
               Arrastraba la pierna izquierda. Retrocedí. Levantó el brazo y dejó caer el
               martillo sobre mí. No reaccioné a tiempo y solo alcancé a saltar hacia atrás, pero
               al hacerlo tropecé con algo y caí. El bate rodó, lejos de mi alcance. El viejo se
               precipitó contra mí. Apenas pude hacerme a un lado: el martillazo se estrelló
               contra el suelo. Corrí, tratando de escapar. Pateé latas de sardinas, envases de
               leche, frascos de mostaza. Busqué de reojo alguna herramienta para enfrentarlo.

               Vi una muleta colgada de la pared. Intenté tomarla, pero no pude arrancarla de su
               lugar.

               —Ven, pequeño chismoso —dijo, sonriendo con su dentadura asquerosamente

               perfecta—; ya aprenderás a no meter las narices donde no debes.

               Crucé la cocina y traté de abrir la puerta para salir. Tenía puesto el pasador. Lo
               quité y finalmente logré abrirla. Con todas sus fuerzas, el viejo me lanzó otro

               martillazo, que apenas si me rozó el cabello. Sentí la corriente de aire del pasillo.
               Pensé que me había librado de él. Traté de correr a toda velocidad, y entonces
               sentí que mis pies no pisaban en firme y noté que perdía todo control sobre mi
               cuerpo. Me fui de bruces, directo hacia la escalera. De pronto, todo giraba frente
               a mí: la puerta, el barandal, la pared, el foco colgando, los escalones, la silueta
               del viejo. En cada vuelta sentía que mis huesos se rompían como pan tostado,
               hasta que me estrellé contra el muro. El dolor me inundaba. Se me nubló la vista,
               todo se puso negro y perdí la conciencia.






               —Ayer abrió los ojos —dijo alguien.


               —Es que el golpe en la cabeza fue muy fuerte. De milagro se salvó de morir —
               agregó otra voz.
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