Page 68 - Un poco de dolor no daña a nadie
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que averiguar quién ha provocado todo esto. Porque el que sigue en la lista soy

               yo”.

               —Buenas tardes, ¿cómo estás hijo? —sonó una voz carrasposa. Era don Hermi-
               taño. Llevaba sus bolsas con latas, mostaza y leche.


               —Buenas —contestó Mario.


               Mientras subía, al anciano se le cayeron dos latas de sardinas; giró y, sin querer,
               el pantalón se le atoró con una parte filosa de la herrería del barandal. Al dar un
               paso hacia abajo, la tela se desgarró, y pude ver claramente que su pierna
               izquierda era de plástico. Él trató de cubrirse con un movimiento rápido; yo
               recogí las latas —hice como que no vi nada— y se las entregué, pero en lugar de

               agradecerlo, me lanzó una mirada de rencor. Desapareció al dar vuelta en el
               segundo piso.

               —¿Viste?


               —¿Qué?


               —Tiene una pierna de plástico.


               Nos quedamos mirando un rato, sin decir nada más, y después nos fuimos a
               nuestras casas.






               Dos días después ocurrió algo terrible. Mario regresaba de la escuela y sufrió
               una caída al pisar unas canicas que alguien arrojó frente a la puerta de su casa.
               Ahora sí se quebró la nariz y tuvo una fractura en el antebrazo. El fantasma no
               había quedado satisfecho la primera vez que trató de tirarlo por la escalera.


               Lo hospitalizaron. Me dieron ganas de llorar; me dieron ganas de golpear la
               pared del edificio con los puños hasta que se derrumbara. ¡Maldito! Solté la
               mochila y salí corriendo hacia el hospital. Al bajar por el último tramo de la
               escalera noté que había una pequeña cáscara de plátano tirada. Salté por encima
               de ella. Miré hacia todos lados. La recogí y la eché en un bote al pasar.


               Mario estaba desconsolado. Cuando su mamá salió de la habitación, le tomé la
               mano y le prometí que daría con el canalla que le había hecho aquello. Me miró
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