Page 64 - Un poco de dolor no daña a nadie
P. 64
—¿Entonces tú crees que el fantasma del viejo está provocando todos estos
accidentes?
—No lo quiero creer. De veras: no lo quiero creer, Mario.
Gracias a la mamá del Tomate, se prohibió que jugáramos fut en la entrada.
¡Vieja canija! Como que quería culparnos del accidente de su hijo. Así que por la
terquedad de la señora las tardes se pusieron aburridas. Ya no podíamos ni
siquiera patear el balón contra la pared ni hacer malabares. Nos la pasábamos
sentados, mirando pasar los minutos. Nos mirábamos, respirábamos hondo y nos
volvíamos a mirar.
—Parece que no nos va a quedar de otra más que ponernos a hacer la tarea —
dijo Mario con tristeza.
—Y mamá ya no me va a dejar salir, tenlo por seguro. Siempre se le ocurre
algún trabajo que hacer dentro de la casa —contesté, resignado.
En eso estábamos, cuando vimos cruzar el portón al viejo come sardinas. Traía
su larga gabardina de lana sucia, deshilada y llena de manchas oscuras.
Caminaba a pasos lentos, arrastrando la pierna izquierda. Llevaba su bolsa con
leche y al pasar frente a nosotros, saludó a Mario con un entusiasmo mayor de lo
acostumbrado. Al llegar al segundo piso se topó con el hijo de doña Furibunda y
le acarició la cabeza a su hijo, el Tomate, sonriéndole con sus pocos dientes.
—¡Menos mal que ahora le da por saludar! —le comenté a Mario.
La señora bajaba con su hijo por la escalera y nos hicimos a un lado.
—Hola —le dijimos, pero ni se dignó a mirarnos. Como que ya estaba corriendo
el rumor de que nosotros teníamos algo que ver con los accidentes.
—¿Sabes qué? —me dijo Mario—. Creo que ya no me puedo escapar: es hora de
hacer la tarea.
Y se fue a su casa.
Cuando me quedé solo al pie de la escalera, muchos pensamientos cruzaban por