Page 62 - Un poco de dolor no daña a nadie
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pero no nos animamos a decirlo porque los demás se reirían.
El sábado, cuando estábamos sentados en el segundo escalón del módulo 3, la
viejecita de los gatos pasó cerca de nosotros y comentó, casi hablando para sí
misma:
—¿Y a ustedes no los ha empujado el viejo cascarrabias?
—¿Qué dijo, señora? —le pregunté, porque no alcancé a escucharla bien.
No repitió sus palabras y subió a su casa.
Mario y yo nos quedamos intrigados. ¿Quién habría de empujarnos? ¿El viejo
cascarrabias? Durante algunos segundos meditamos.
—La señora de los gatos dijo que un viejito nos podía empujar… como a los
otros niños. ¡No manches!
—Pero ¿cuál viejito? Si el del último cuarto apenas puede moverse. ¡Tenemos
que preguntarle a quién se refiere!
Corrimos tras ella. La alcanzamos cuando ya iba llegando a su depa. Saltamos
para no pisar las cacas de gatos, que estaban diseminadas como minas de
defensa.
—¡Señora, señora, díganos a qué viejito se refiere, por favor!
Nos miró alzando sus espejuelos. Los ojos le crecieron súbitamente detrás de los
gruesos vidrios.
—¡No importa!
—Sí, sí importa; díganos, por fa —suplicó Mario.
—No tienen escapatoria: todos caerán, uno por uno, ¡ja,ja, ja! —Al reírse casi se
le salió la dentadura. Y cerró la puerta de su casa con tanta fuerza que casi nos
tumba la nariz.
—Malvada viejita —alcanzó a exclamar Mario.