Page 74 - Un poco de dolor no daña a nadie
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La cabeza me zumbaba. Seguí escuchando voces cuyo volumen iba en aumento.
Alguien se acercó y alcancé a ver por los orificios. ¡Era mamá! Traté de
moverme, pero el dolor regresó. En ese momento me di cuenta de que estaba
completamente vendado. Si intentaba moverme, me dolían absolutamente todos
los huesos.
—¡Volvió a abrir los ojos, los volvió a abrir! —casi gritó mamá, emocionada.
Traté de hablar, pero un montón de sonidos incoherentes resbalaron por mi boca.
—Mlammm… lmmmma…
—Está tratando de hablar, señora. Eso es bueno —dijo una doctora—. Tal vez
pueda hacerlo dentro de dos o tres semanas. Una fractura en la mandíbula no
sana fácilmente.
Los ojos casi se me saltaban de la desesperación. La doctora abandonó la
habitación. Mi mamá habló con la enfermera.
—Voy por un café, ahorita regreso.
—No se tarde; es mejor que no se quede solo.
—¡Don Herminio! ¿Qué hace por acá?
—Vine a visitar al enfermito —dijo el viejo con voz cavernosamente dulce. Mi
corazón empezó a latir con más prisa—. Le traje un regalito.
—Oh, gracias, no se hubiera molestado. De veras, gracias. Un pastel. Démelo, lo
pondré aquí cerca para que lo vea. Se va a poner muy contento. Estoy segura de
que se lo agradece, aunque no pueda hablar.
—Gracias, señora; gracias. Me quedaré un momento.
—Pues voy a aprovechar para ir por un café.
—Vaya sin cuidado. Yo me quedo acompañándolo. No se preocupe.
Mamá salió. El maldito viejo cerró la puerta y de una bolsa sacó la pelota azul.
Después se acercó a la cama. Levantó el pastel, hundió el dedo en el betún y lo