Page 118 - El disco del tiempo
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Philippe tomó a su amigo de los hombros y lo alejó del mostrador. Había perdido
la paciencia. A esas horas, no había nadie que hablara inglés y la denuncia se
había convertido en un galimatías. Marco gritaba en español que temía por su
seguridad y la de sus compañeros. Les aconsejaron que esperaran al día
siguiente, hasta que hubiera alguien que los comprendiera, de modo que
emprendieron el regreso a la posada de Kyria Vroula. Ahí, en un sillón de enea
blanco, estaba sentado Dimitri Constantinopoulos.
Su rostro se veía cansado. Las ojeras, todavía más pronunciadas.
—Profesor, ¿qué hace aquí a estas horas? —preguntó Philippe.
—Supe que sufrieron un ataque. Y vengo a suplicarles que no denuncien el
hecho ante la policía. No volverá a ocurrir.
Nuria guardó silencio e inspeccionó visualmente al misterioso Dimitri. Sintiendo
su mirada, él se dirigió a ella.
—Señorita Fuentes. Estoy muy apenado por lo que ocurrió hoy con sus amigos.
Esto no debió haber pasado.
—Pero pasó, señor… —dijo Marco, inquiriendo el nombre de su interlocutor
con un gesto.
—Dimitri Constantinopoulos, joven amigo. A usted no tengo el honor de
conocerlo…
—Los asaltantes, o lo que sea, ya conocieron mis costillas, pues fue a mí al que
amenazaron con un afilado cuchillo hecho en Creta. Me llamo Marco García y
soy mexicano, estudiante de Historia. Conocí a Nuria en el avión y nos hicimos
amigos.
—Dimitri, fuimos amenazados de muerte —recordó suavemente Philippe.
—Lo sé. Le repito que estoy muy apenado. Pero pase lo que pase, no debe
conocerse el motivo que los trajo a Creta. No todavía.
—Profesor… —terció Nuria— hay algo que no comprendo. El paso siguiente a
nuestra investigación es la publicación en internet de los resultados, ¿para qué el
misterio, entonces?